Semillas de Chía




Los cuatro alimentos de la dieta azteca
«Códice Florentino» (Sahagún, 1579)

Si es usted un amante de la cría de pájaros o tiene colesterol seguramente será conocedor de la semilla de chía («Salvia hispánica»). Los indios aztecas incluían a la chía junto al amaranto, el maíz y los porotos (los fríjoles, dicho más bonito, si cabe) entre los cuatro alimentos con los nutrientes básicos de su dieta alimentaria, y ello está reflejado en el «Códice Florentino» del siglo XVI, recogido por Fray Bernardino de Sahagún en su Historia General de las Cosas de la Nueva España, no vayan a pensar que es un invento de última hora de herborista de medio pelo para engatusarles. En la composición de la semilla de chía pueden encontrar omega 3, omega 6, antioxidantes, aminoácidos, fibra y, en general, cualquier cosa que pueda aparecer citada en un libro de dietas, pero a mansalva. Los indios, cuando tenían que hacer caminatas por el desierto de hasta catorce horas, tomaban una cucharada de semilla de chía, convenientemente preparada. Bien, pues la semilla de chía, que es a lo que voy, era fundamental en el viaje de los muertos aztecas al otro mundo, que lo dice el inquietante «Códice Boturini»:

«Cuentan los Viejos que dicen y saben, que los muertos pueden ir a lugares diferentes, según su muerte y según su rango. A Mictlán, el Infierno, donde están el Señor y la Señora del Inframundo, y donde hay nueve infiernos, ahí va cualquiera sin importar su edad, si muere de muerte natural, de enfermedad sencilla, sin honor y sin lucha, en muerte inútil. A estos muertos se les dan papeles e instrucciones para que vayan pasando los nueve infiernos, hasta llegar al río de las nueve corrientes, porque en estos infiernos hay muchos peligros. También se les bautiza con agua y se les da de beber, y una vara para que puedan caminar, y armas para que se puedan defender, y comida para que puedan comer, y mantas para que se cubran del frío, y joyas para que puedan vender, pero que de poco les servirían, porque el frío del Infierno todo lo rompe y rasga. Estos muertos no se mueren hasta después de cuatro años de muertos, y sólo desaparecen para siempre, si encuentran un perro con pelo bermejo, que los pase al otro lado del gran río de las nueve corrientes, después de haber pasado los otros nueve ríos de los nueve infiernos. Se les dice que no escojan al perro de pelo blanco, ni al perro de pelo negro, ni al perro de pelo moteado, sino al bermejo. Si logran pasar este río, por fin desaparecen para siempre, y dejan de sufrir los nueve infiernos para siempre...».

6 Revelaciones:

Harry Sonfór dijo...

huy, me gusta mucho lo del perro moteao, el perro bermejo, el perro negro...

Helter dijo...

Pues a mí lo de "Estos muertos no se mueren hasta después de cuatro años de muertos" es lo que más me gusta. Da yuyu, pero me gusta. Viva la noche de los muertos vivientes, y viva el día de los vivos murientes.

Harry Sonfór dijo...

Bien, he de reconocer que me gusta todo de este blog.

Arkab dijo...

¿Verdad que sí, Harry? Estuve en una feria de franquicias de blog y me entrevisté con su fundador. Le dije «¿le importa a usted que ponga un blog como el suyo?» y él me contestó «pues claro que no, mientras pague el canon de franquicia y respete el nivel, no me importa en absoluto». Y aquí me tiene, lo del canon no me causa ninguna dificultad porque, a Dios gracias, con mi almazara y mi granja de gallinas puedo hacer frente a él. Lo malo es lo del nivel, cualquier día me llaman la atención.

Farencica dijo...

Vivan los blogs vaqueros de color sepia!!

Helter dijo...

¡Mami, que será lo que tiene el negro!


The Goldfinch Carel Fabritivs (1654, año de su muerte)

Ernst Haeckel

Ernst Heinrich Philipp August Haeckel
(* 16. Februar 1834 in Potsdam; † 9. August 1919 in Jena)
war ein deutscher Zoologe und Philosoph.

Portraits

Lithographies

Kunstformen der Natur


El órgano fantasma

«Cuenta Montaigne que cuenta el piadoso Santiago de la Vorágine que en un pueblo de Alsacia vivía un hombre que tenía adherido a su cuerpo el cuerpo más pequeño de otro hombre, una especie de bebé descabezado que se clavaba a su huésped más grande a partir del cuello. Un médico peregrino se ofreció a extirpar la anomalía con ayuda de un cirujano local. Una vez concluida la operación, el paciente se mostró muy agradecido y contento. El médico peregrino no le cobró un céntimo y a cambio sólo le pidió que le dejara llevarse el cuerpecillo extirpado y convenientemente disecado para exhibirlo por doquier como prueba de su talento. Semanas después, el paciente empezó a dar señales de una terrible melancolía: decía seguir sintiendo la presencia de aquel cuerpecillo, como si aún lo llevara adherido a sus carnes y declaraba que su ausencia le hería el espíritu mucho más que otrora su presencia el cuerpo. Según algunos comentaristas, el hombre acabó vagando por la tierra como un alma en pena. Otros autores afirman que el paciente sencillamente murió de tristeza dos meses después de la cirugía. Respecto a la suerte del médico el veredicto de todos es unánime: pagó su vanidad con la muerte a manos de unos salteadores de caminos». Monstruos y fenómenos extraordinarios de la Edad Media, Patricio Ferrufino S.J.
Citado por Santiago Cárdenas