La paradoja cuántica del gato muerto




-Ay, qué pena; si ya me lo había dicho mi Anselmo, el que estudió física cuántica, que no abriese la caja, que no abriese la caja que me cargaba a Micifú; mardito Erwin Schrödinger y sus puñeteros experimentos.

El audífono o sonotone




No siempre ha sido fácil ir por la vida portando un sonotone, como se puede apreciar en esta fotografía de 1921 del audífono que inventó el orensano de origen francés August Diz-Lois. Contaba de él su amigo Elixio Sousa Tanco de Frexenal, con el gracejo gallego que siempre le caracterizó, una curiosa anécdota según la cual August le dijo en cierta ocasión mientras probaba el nuevo aparato «Elixio, este audífono que inventei é buenísimo; agora mesmo oio como soan as follas secas das árbores que alguén está pisando naquel bosque de alí; é máis, agora mesmo á miña muller debéuselle caer unha agulla mentres cosía porque puiden escoitar o impacto da agulla contra o chan...»(*). Elixio le interpeló «oe, e canto che custou?»(*) a lo que August respondió «pois ás once e media, como todas as noites»(*).

(*)Servicio de Traducción on line del Mangurrino:

«Elixio, este audífono que he inventado es buenísimo; ahora mismo oigo cómo suenan las hojas secas de los árboles que alguien está pisando en aquel bosque de allí; es más, ahora mismo a mi mujer se le ha debido caer una aguja mientras cosía porque he podido escuchar el impacto de la aguja contra el suelo...».
«Oye, ¿y cuanto te ha costado?»
«Pues a las once y media, como todas las noches».

Truco pelacebollas




Cuando Trikki corta una cebolla para dar de comer a sus cuñados hambrientos está produciendo una rotura celular que libera la enzima alinasa para que se mezcle con las moléculas de otra cosa química que se llama trans-(+)-S-(1-propenil)-L-cisteina sulfóxido
-¿ven lo importantes que son los químicos?, sin ellos es posible que eso mismo que acaban de leer estuviese escrito, además, en latín-, produciendo piruvato, amoníaco y syn-propanotial-S-óxido. Ésta, ésta y no otra, es la molécula que hace llorar desconsolado a Trikki delante de todos sus cuñados gorrones de forma sólo equiparable a David Vela rememorando el Moreninha, moreninha de Gabriel Cardoso. Para evitarlo, o cuando menos atemperar la llorera, es conveniente antes de pelar la cebolla remojarla unos segundos en agua caliente, o bien mojar el filo del cuchillo en vinagre. Otros, como la señora de arriba, prefieren procedimientos más radicales.

Ejercicios de estilo


Esto es un padre y un hijo que están en un autobús lleno de gente y le dice el niño al padre: «Papá, cómprame una boina». Y el padre le contesta: «No». Entonces, el niño le insiste: «Papá, anda, por favor, cómprame una boina, cómprame una boina». A lo que el padre contesta empezando a enfurecerse: «Que no, Raimundo; que no». Y el niño vuelta a la carga: «Papá, yo quiero una boina, cómprame una boina». El padre, fuera ya de sus casillas, le dice: «Te he dicho que no, Raimundo, y es que no; y como sigas insistiendo te doy un palo que te rompo la cabeza». Y el niño contesta: «Claro, para no comprarme la boina».

Relato
Una mañana a mediodía, junto al parque Monceau, en la plataforma trasera de un autobús casi completo de la línea S (en la actualidad el 84), observé a un hombre con el cuello bastante largo que llevaba un sombrero de fieltro rodeado de un cordón trenzado en lugar de cinta. Este individuo fue interpelado, de golpe y porrazo, por su hijo, vecino de asiento, pretendiendo que le comprara una boina. Dos horas más tarde, volví a ver al niño con la cabeza vendada junto al padre saliendo del Sanatorio Saint-Michel mientras el pequeño le decía que aquello lo había hecho sólo para no comprarle la boina.

Retrógrado
«Lo has hecho para no comprarme la boina», le dice su hijo. Me lo encontré en medio de la plaza de Roma, después de haberlo dejado negándose a la petición de su hijo que quería una boina. Acababa de hacerlo reiteradamente antes. Este descarnado padre era portador de un sombrero ridículo. Eso ocurrió en la plataforma de un S completo aquel mediodía.

Injurioso
Tras una espera repugnante bajo un sol inaguantable, acabé subiendo en un autobús inmundo infestado por una pandilla de imbéciles. El más imbécil de estos imbéciles era un granuja con el gañote desmedido que exhibía un güito grotesco con un cordón en lugar de cinta. Este chuleta se puso a gruñir porque un niño repelente le pedía que le comprara una boina con furor infantil. Dos horas más tarde, qué mala pata, me tropiezo con el mismo imbécil que charla de nuevo con el mismo imbécil del hijo pero éste con el cabezón más agrandado si cabe por un vendaje delante de ese asqueroso monumento que hay frente al sanatorio de Sait-Michel. Parloteaban a propósito de ser la boina la causante de una agresión. Me digo: aunque se suba o se baje el forúnculo, mona se quedará, el muy requeteimbécil.

Notaciones
En el S, a una hora de tráfico. Un tipo de unos cuarenta años, sombrero de fieltro con cordón en lugar de cinta, cuello muy largo como si se lo hubiesen estirado. El tipo en cuestión se enfada con su hijo. Le reprocha que le pida una boina. Tono llorón. Dos horas más tarde, lo encuentro en la plaza de Roma, delante del Sanatorio de Saint-Michel. Está con su hijo que le dice: «Ya nunca podré ponerme una boina».

Sueño
Me parecía que todo era brumoso y anacarado en torno mío, con múltiples e indistintas presencias, entre las cuales, sin embargo, sólo se dibujaba con bastante nitidez la figura de un hombre cuyo cuello demasiado largo parecía anunciar ya por sí solo el carácter a la vez iracundo del personaje. La cinta de su sombrero había sido reemplazada por un cordón trenzado. Reñía luego con un niño al que yo no veía. Otra parte del sueño me lo muestra caminando a pleno sol delante del Sanatorio de Saint-Michel. Está con un jovencito que le dice: «A ver cómo me pongo ahora yo una boina». En eso, me desperté.

Metafóricamente
En el centro del día, tirado en el montón de sardinas viajeras de un coleóptero de abdomen blancuzco, un pavo de largo cuello desplumado arengó de pronto a una, chiquitina, de entre ellas, y su lenguaje se desplegó por los aires, húmedo de protesta. En un triste desierto urbano, volví a verlo el mismo día, mientras se dejaba poner las peras a cuarto a causa de una boina cualquiera.


Raymond Queneau
Circa, 1949

La prosopagnosia de Anton Raderscheidt




Llevo unos días en los que me es imposible ver una parte de mí. Pero no se preocupen que no es grave, es algo ficticio que literaturizo para impresionarles. Quien sí lo sufrió de verdad en sus carnes en 1965 fue el pintor alemán Anton Raderscheidt (1892-1970). Fue un «accidente vasculo-cerebral en el hemisferio derecho que le ocasionó una hemianopsia y una hemiplejía izquierdas» –una embolia, pero si quieren sorprender a sus amigos utilicen el término prosopagnosia que queda muy elegante–. Este tipo de lesión en esta región del cerebro hace que quien la sufre ignore la mitad izquierda de su campo visual aunque lo puede ver perfectamente. Raderscheidt intentó durante meses realizar un autorretrato; se miraba al espejo, veía su rostro completo, pero era incapaz de pintar la mitad izquierda de su cara. A medida que se fue recuperando, el reconocimiento de la visión de sí mismo también se fue ampliando hasta llegar alcanzar prácticamente toda su cara, como se puede apreciar en la secuencia de autorretratos de abajo(realizó unos ochenta a lo largo de nueve meses). Ya saben ustedes que yo clasifico a los seres humanos (incluida Esperanza Aguirre) en dos tipos: los que me caen bien y los que me caen mal. Anton Raderscheidt me cae bien, aunque se ponga tan serio en la preciosa foto de arriba de August Sander realizada en Circa, 1927.




The Goldfinch Carel Fabritivs (1654, año de su muerte)

Ernst Haeckel

Ernst Heinrich Philipp August Haeckel
(* 16. Februar 1834 in Potsdam; † 9. August 1919 in Jena)
war ein deutscher Zoologe und Philosoph.

Portraits

Lithographies

Kunstformen der Natur


El órgano fantasma

«Cuenta Montaigne que cuenta el piadoso Santiago de la Vorágine que en un pueblo de Alsacia vivía un hombre que tenía adherido a su cuerpo el cuerpo más pequeño de otro hombre, una especie de bebé descabezado que se clavaba a su huésped más grande a partir del cuello. Un médico peregrino se ofreció a extirpar la anomalía con ayuda de un cirujano local. Una vez concluida la operación, el paciente se mostró muy agradecido y contento. El médico peregrino no le cobró un céntimo y a cambio sólo le pidió que le dejara llevarse el cuerpecillo extirpado y convenientemente disecado para exhibirlo por doquier como prueba de su talento. Semanas después, el paciente empezó a dar señales de una terrible melancolía: decía seguir sintiendo la presencia de aquel cuerpecillo, como si aún lo llevara adherido a sus carnes y declaraba que su ausencia le hería el espíritu mucho más que otrora su presencia el cuerpo. Según algunos comentaristas, el hombre acabó vagando por la tierra como un alma en pena. Otros autores afirman que el paciente sencillamente murió de tristeza dos meses después de la cirugía. Respecto a la suerte del médico el veredicto de todos es unánime: pagó su vanidad con la muerte a manos de unos salteadores de caminos». Monstruos y fenómenos extraordinarios de la Edad Media, Patricio Ferrufino S.J.
Citado por Santiago Cárdenas