Ejercicios de estilo


Esto es un padre y un hijo que están en un autobús lleno de gente y le dice el niño al padre: «Papá, cómprame una boina». Y el padre le contesta: «No». Entonces, el niño le insiste: «Papá, anda, por favor, cómprame una boina, cómprame una boina». A lo que el padre contesta empezando a enfurecerse: «Que no, Raimundo; que no». Y el niño vuelta a la carga: «Papá, yo quiero una boina, cómprame una boina». El padre, fuera ya de sus casillas, le dice: «Te he dicho que no, Raimundo, y es que no; y como sigas insistiendo te doy un palo que te rompo la cabeza». Y el niño contesta: «Claro, para no comprarme la boina».

Relato
Una mañana a mediodía, junto al parque Monceau, en la plataforma trasera de un autobús casi completo de la línea S (en la actualidad el 84), observé a un hombre con el cuello bastante largo que llevaba un sombrero de fieltro rodeado de un cordón trenzado en lugar de cinta. Este individuo fue interpelado, de golpe y porrazo, por su hijo, vecino de asiento, pretendiendo que le comprara una boina. Dos horas más tarde, volví a ver al niño con la cabeza vendada junto al padre saliendo del Sanatorio Saint-Michel mientras el pequeño le decía que aquello lo había hecho sólo para no comprarle la boina.

Retrógrado
«Lo has hecho para no comprarme la boina», le dice su hijo. Me lo encontré en medio de la plaza de Roma, después de haberlo dejado negándose a la petición de su hijo que quería una boina. Acababa de hacerlo reiteradamente antes. Este descarnado padre era portador de un sombrero ridículo. Eso ocurrió en la plataforma de un S completo aquel mediodía.

Injurioso
Tras una espera repugnante bajo un sol inaguantable, acabé subiendo en un autobús inmundo infestado por una pandilla de imbéciles. El más imbécil de estos imbéciles era un granuja con el gañote desmedido que exhibía un güito grotesco con un cordón en lugar de cinta. Este chuleta se puso a gruñir porque un niño repelente le pedía que le comprara una boina con furor infantil. Dos horas más tarde, qué mala pata, me tropiezo con el mismo imbécil que charla de nuevo con el mismo imbécil del hijo pero éste con el cabezón más agrandado si cabe por un vendaje delante de ese asqueroso monumento que hay frente al sanatorio de Sait-Michel. Parloteaban a propósito de ser la boina la causante de una agresión. Me digo: aunque se suba o se baje el forúnculo, mona se quedará, el muy requeteimbécil.

Notaciones
En el S, a una hora de tráfico. Un tipo de unos cuarenta años, sombrero de fieltro con cordón en lugar de cinta, cuello muy largo como si se lo hubiesen estirado. El tipo en cuestión se enfada con su hijo. Le reprocha que le pida una boina. Tono llorón. Dos horas más tarde, lo encuentro en la plaza de Roma, delante del Sanatorio de Saint-Michel. Está con su hijo que le dice: «Ya nunca podré ponerme una boina».

Sueño
Me parecía que todo era brumoso y anacarado en torno mío, con múltiples e indistintas presencias, entre las cuales, sin embargo, sólo se dibujaba con bastante nitidez la figura de un hombre cuyo cuello demasiado largo parecía anunciar ya por sí solo el carácter a la vez iracundo del personaje. La cinta de su sombrero había sido reemplazada por un cordón trenzado. Reñía luego con un niño al que yo no veía. Otra parte del sueño me lo muestra caminando a pleno sol delante del Sanatorio de Saint-Michel. Está con un jovencito que le dice: «A ver cómo me pongo ahora yo una boina». En eso, me desperté.

Metafóricamente
En el centro del día, tirado en el montón de sardinas viajeras de un coleóptero de abdomen blancuzco, un pavo de largo cuello desplumado arengó de pronto a una, chiquitina, de entre ellas, y su lenguaje se desplegó por los aires, húmedo de protesta. En un triste desierto urbano, volví a verlo el mismo día, mientras se dejaba poner las peras a cuarto a causa de una boina cualquiera.


Raymond Queneau
Circa, 1949

13 Revelaciones:

Helter dijo...

Le ha quedao tan bonito que... yo también quiero una boina. Pero no me atrevo a decirlo.

Anónimo dijo...

Menudo potencial literario se intuye en ese texto. debería ir ud. a un taller a que le pulieran. O a que le compraran una boina.

OE

Arkab dijo...

Ay, Orfuás, Orfuás, Orfuás del alma mía (para quien no lo sepa, diré que las iniciales OE del anónimo anterior corresponden a un señor que se llama Orfuás y que es la mismísima reencarnación en vida de Rameau, sólo que con barba de marxista troglodita del primer decenio del siglo XX; de tanto comer flandules le sobrevino un síndrome conocido como La Maldición del Rayo Vallecano, convirtiéndose en el único ser vivo (incluida Esperanza Aguirre) seguidor de dicho equipo; hasta ahora visitaba con regularidad los vestigios del Románico, pero desde que ha conocido a la Cospedal está sumido en un piense piense de si el Románico o los vídeos de la Cospedal en youtube, sin que haya tomado una decisión aún al respecto que se sepa), pues eso, Orfuás: lástima que que se trate de un homenaje(*) a la literaturización de chistes de Harry Sonfór (mi faro, mi guía y mi pastor), para lo cual me he valido de otro homenaje(*) a Raymond Queneau (léase Raimundo Quenó) mediante el empleo de unos textos suyos de de su libro Exercises de style. En fin, que de taller, rien de rien, así es que continuaré con lo mío que es el fútbol, los fringílidos y esos bultos sospechosos que tienen las mujeres en su parte delantera, justo entre su nariz y el ombligo.

(*)Homenaje: Lo que hace Ana Rosa Quintana cuando escribe un libro y después dice «ay, qué tonta, si es que yo no sé nada de informática».

Helter dijo...

He leído excusas mejores, incluso procedentes de fringílidas.

Harry Sonfór dijo...

Oiga, Arkab, le falta contarlo al estilo Delibes en Cinco horas con Raimundo.

Ay, si ya se lo decía yo a tu padre, Anselmo, que este niño necesita una boina, y tu padre, que no habrás oído salir de mi boca que era un mal hombre, pero terco, terco era como él solo. y tu padre que no y que no, que no le compro la boina, que si son tonterías tuyas de herencia de tu abuela, que si el niño si ya es feo de por sí más feo estará con gorra. Qué hombre más terco, Raimundo, hijo, qué hombre más terco. Bueno también, y trabajador, que para casarnos y ganar unas pesetas estuvo haciendo turnos de noche en la fábrica y a la vez trabajando en la tienda de retales toda la mañana, que venía agotado el pobre, y aún agotado que venía, nunca se quejaba. Pero terco, terco como él solo, hijo mío.

Arkab dijo...

Bueno, Helter, que no se diga que mi dolor de cabeza de frigílido pitopáusico termina aquí, le voy a dedicar el texto en estilo haiku:

Padre, hijo
boina deseada
estacazo en flor

Helter dijo...

Pues yo le dedico este, pero lo pongo sin cursiva porque no sé ponerla:

Arkab, Arkab,
dita sea,
¿no hay gelocatil?

Harry Sonfór dijo...

Entremés Castellano Jocoso
o De cómo un padre y un hijo se encontraban discutiendo por la compra de una boina

Hallábase en la calle un padre
Que de la mano a su hijo llevaba
Y éste el pobre lloroso gritaba
—¡Una boina me has de comprar!
—No cómprote boina ni boino
Ni gorrito, ni sombrero
Que ya me gasté los dineros
En los libros de tu educar.
—Padre, que yo libros no quiero
Que lo que quiero es una boina
¡Una boina! ¡una boina y una capa
como la de Marichalar!
—¡Que no te compro boina!
—¡Boina, boinita quiero!
—¡Que no hay boina, ea!
—¡Que yo una boina deseo!
¡Papa, cómprame una boina
Cómprame una boina, papa
Que hace mucho relente
Y se me enfría, de los sesos, la tapa!
Hartóse el padre del hijo
y cuando el brazo hizo de levantar
con voz grave y honda le dijo:
—¡Mira que te voy a dar!
—¿Una boina?
—¡Un tortal! Así te rompa la cabeza
y me dejes con Dios en paz.
El niño, más bien mohíno
del padre se fue a apartar
y cogiéndose la testa
así se le oyó canta:
—¡Para eso me quieres dar
en la cabeza con un palo
para que me se rompa, me ponga malo
y ansí la boina no tener que usar!

Helter dijo...

A la Monterroso:

Cuando despertó, la boina aún no estaba allí.

Trikki dijo...

A lo Helter:

-Mamá,mamá, quiero una boina.
- No hijo. ¿Tú ves a Went con boina?.
- Bah, el Went ese no tiene cintura, dice el hijo.
Y va la madre y le parte la cabeza.

Uno tan veraniego como malo, que son los que me gustan ea:

Una Brasileña que entra al médico y le dice:

- Doctol, doctol, que tengo el chuminos como una sandía.
-¿De grande? pregunta el médico.
- Nooo, de saaaabroooosoonnnnn (aquí ponémos tono asuuuucarrrrrr)

Arkab dijo...

Trikki, vamos a conseguir que nos expulsen de blogger. Venga, va otra versión del suyo de la sandía.

Una conversación entre ginecólogos sevillanos:

-Quillo, ayer extirpé un mioma como la cabeza de un niño.
-Buah, eso no es nada, yo ayer me encontré con un clítoris como un melón.
-¿De grande?
-No, de dulce.

Helter dijo...

Yo firmo donde haga falta para que no les expulsen. Ya me avisarán.

Harry Sonfór dijo...

Pues yo iba a contarles el chiste ese que se encuentran dos amigas después de muchos años y le dice la una a la otra «Chica ¿y te has casao?» «Pues sí que me casé, sí. ¿Y tú te has casao?» «Pues sí que me casé, sí, Pero me casé con un testigo de Jehová, y un día porque es testigo y otro día por Jehová, que no me cubre, hija», «Huy, pues yo estoy encantadica, hija, que me casé con un luterano y un día pol utero y otro día por el ano», pero ya no lo voy a contar, no vaya a ser que parezca un chiste de mal gusto y nos echen.


The Goldfinch Carel Fabritivs (1654, año de su muerte)

Ernst Haeckel

Ernst Heinrich Philipp August Haeckel
(* 16. Februar 1834 in Potsdam; † 9. August 1919 in Jena)
war ein deutscher Zoologe und Philosoph.

Portraits

Lithographies

Kunstformen der Natur


El órgano fantasma

«Cuenta Montaigne que cuenta el piadoso Santiago de la Vorágine que en un pueblo de Alsacia vivía un hombre que tenía adherido a su cuerpo el cuerpo más pequeño de otro hombre, una especie de bebé descabezado que se clavaba a su huésped más grande a partir del cuello. Un médico peregrino se ofreció a extirpar la anomalía con ayuda de un cirujano local. Una vez concluida la operación, el paciente se mostró muy agradecido y contento. El médico peregrino no le cobró un céntimo y a cambio sólo le pidió que le dejara llevarse el cuerpecillo extirpado y convenientemente disecado para exhibirlo por doquier como prueba de su talento. Semanas después, el paciente empezó a dar señales de una terrible melancolía: decía seguir sintiendo la presencia de aquel cuerpecillo, como si aún lo llevara adherido a sus carnes y declaraba que su ausencia le hería el espíritu mucho más que otrora su presencia el cuerpo. Según algunos comentaristas, el hombre acabó vagando por la tierra como un alma en pena. Otros autores afirman que el paciente sencillamente murió de tristeza dos meses después de la cirugía. Respecto a la suerte del médico el veredicto de todos es unánime: pagó su vanidad con la muerte a manos de unos salteadores de caminos». Monstruos y fenómenos extraordinarios de la Edad Media, Patricio Ferrufino S.J.
Citado por Santiago Cárdenas