La maldición de B.




«Es ella, es ella, tiene que ser ella», se repetía insistentemente mientras Belenguer sacaba con rapidez el fuera de juego y Casquero a gran velocidad atravesaba el campo directo hacia la portería contraria. «Sin duda se trata de ella», decía cuando tras driblar a Guti, el mediocentro del Getafe dio el pase a Hernández. Dudó un segundo al ver que el delantero no remataba, pero cuando se dio cuenta de que el pase definitivo lo recibía el negrito Uche, ya sabía que no habría error y que el gol, para más inri, sería festejado con un triple salto mortal. «Es ella. No puede ser nadie más». Mientras los jugadores del Real Madrid se preguntaban con cara de perplejidad cómo les estaba pasando aquella situación tan ridícula, en otro lugar, B. dejaba caer al suelo un muñeco con decenas de alfileres en su cabeza, tomaba con parsimonia en su mano el móvil y escribía un SMS: «Te lo advertí, Calderón. Mamzelle B.»


Uno de los más famosos expertos en dejar con un palmo de narices a sus contrarios fue Herman A. «Germany» Schaefer (1877-1919), jugador de béisbol de origen alemán en varios equipos de las Major League Baseball americanas. En algunos de sus partidos «formó» pareja cómica junto al igualmente famoso pitcher zurdo Nick Altrock, realizando bufonadas que han pasado a la leyenda de este deporte. Se dice que Schaefer llegó a jugar un día de lluvia sosteniendo en una mano un paraguas mientras que con la otra bateaba. Claro, situaciones como ésta desquiciaban a los contrarios que, conocedores de sus tretas, eran precavidos y antes de cada partido sustituían la limonada de los refrescos por tila (preferentemente de la variedad Platyphyllos Scopoli) o, en su defecto, por valeriana. Al menos se conocen dos ocasiones en las que Schaefer, estando en la segunda base, corrió en sentido contrario hacia la primera, provocando el estupor de sus defensores y de los árbitros, sin que finalmente éstos últimos, tras larga deliberación, encontrasen violación del reglamento. Después de su muerte, en 1920, tal vez como homenaje póstumo, ya no sería admitido correr en sentido inverso en el béisbol.

En la fotografía, un señor con bombín ríe una de las ocurrencias de «Germany» Schaefer durante un partido oficial: ponerse detrás de la cámara en lugar de ponerse delante.


Parlophone I



Mamzelle Marie


Fashion shot inspired by
the legend of Marie Laveau
Rick Olivier


Marie Laveau, supuestamente mulata, autoapodada La Viuda de Paris tras la muerte de su marido, Jacques Paris, tenía dos facetas en su personalidad. Por un lado era mujer laboriosa, humilde y muy puntual, ejerciendo sus pequeñas obligaciones como peluquera de blancas y criollas adineradas de Nueva Orleans. Por otro lado era hembra altiva, mucho más sofisticada, de tremenda fortaleza física –mujer de gran envergadura, jaquetona-, a la que no era fácil detener. Claro que bajo esta apariencia se convertía en reina del voodoo en la calle Congo, donde dejaba fascinados con su serpiente a los bailarines negros en las danzas del domingo y su ofrecimiento de diversiones prohibidas. Una diosa para los negros y la gurú de los blancos en cuestiones de dinero y amor, inspirando el terror necesario cuando la situación lo exigía. Mamzelle Marie Laveau se uniría a Louis Christopher Duminy y tendría quince hijos, uno de los cuales continuaría con la tradición tras su retirada. No le debió ir mal a la hija porque también se convirtió en un fetiche del vudú, si bien terminó muriendo ahogada en el lago Pontchartrain, en 1890, un año antes de que lo hiciera su madre, otra vez, que ya la llevaban muriendo unas decenas de años. Ambas seguirían apareciéndose durante muchos  más años, como autoestopista que se precie sobre carretera secundaria de innumerables curvas de la provincia de Soria. Si alguien estuviese interesado en llevarle comida, dinero o flores, y quiere pedirle ayuda, no sin antes darse la vuelta tres veces y hacer una cruz con ladrillo rojo sobre la piedra, queda informado de que los restos de Marie Laveau reposan en el cementerio de St. Louis (Missouri).

Lorrie Moore


Estoy en estado de coincidencia, que en mi caso se da cuando todas las cosas se suceden de forma casualmente premeditada. Oyes a un camarero decir "Príncipe Azul" y, unas horas después, una persona a la que lees te habla de cuentos de príncipes azules. Alguien cercano escribe sobre Jenny, reina universal de la belleza, y te pones a darle vueltas a qué te recuerda, hasta que finalmente das con el motivo: Byrds of America, «Pájaros de América» -precisamente, como el pájaro carpintero de Canadá de hoy mismo de Faren- de Lorrie Moore, que leíste hace muchos años. Me ha costado la misma vida encontrarlo -no recordaba el nombre del libro, y menos aún de la autora- entre mi ya muy menguada biblioteca. Pero aquí está. Un libro de cuentos al estilo Jenny literario norteamericano, que a mí me gustó sobremanera en su día y que mañana -hoy ya no, que es muy tarde- releeré; con títulos de cuentos impagables y tristes como Gente así es la única que hay por aquí: farfullar canónico en oncología pediátrica. Se tenía que llamar ese libro precisamente «Pájaros...», justo el día de la inauguración de la cabecera de este sitio de pájaros, incluyendo a Fritz como pájaro mayor. ¿O era un gato, Helter? Estado de coincidencia.

Arriba, Lorrie Moore en su casa neoyorkina. Abajo, su libro en la mía, con enlace a una antigua reseña.


Encuesta de Opinión




Imagen Solar tomada por el
Telescopio EIT (Extreme
ultraviolet Imaging Telescope)
a bordo del satélite SOHO

1999/06/06 © NASA y EIT

Usted está en una comida con conocidos y sale de la cocina un plato enorme de sus croquetas favoritas de toda la vida, con la misma pinta de las que su madre de usted se las preparaba, o de pimientos del piquillo rellenos de bacalao con bechamel -aquí es opcional poner el plato-, ésos que nunca se comió con su madre porque le daban repelús, descubriendo algunos años después, en restaurantes de autor, porque pagaba su empresa, o su amante, con el desasosiego de, pongamos, Pessoa una tarde oscura de invierno lluvioso en los sótanos lúgubres de una taberna londinense del siglo diecinueve, que se había perdido un manjar de dioses; pero en cualquiera de los casos, con el interior más caliente que el de cien bombas de hidrógeno explosionadas a la vez. Tras abalanzarse el primero como un bribón hacia el plato para engullir la primera unidad, detecta la temperatura y que el cielo de la boca y la lengua se le están poniendo como culo de mandril.

¿A quién no se lo contaría de los presentes, así le estuviesen saliendo a usted lagrimones como las cataratas del Niágara y el Salto del Ángel juntos?

-A mi jefe.

-A mi vecino/a.

-A mi cónyuge.

-A mi cuñado/a, por supuesto.


Semillas de Chía




Los cuatro alimentos de la dieta azteca
«Códice Florentino» (Sahagún, 1579)

Si es usted un amante de la cría de pájaros o tiene colesterol seguramente será conocedor de la semilla de chía («Salvia hispánica»). Los indios aztecas incluían a la chía junto al amaranto, el maíz y los porotos (los fríjoles, dicho más bonito, si cabe) entre los cuatro alimentos con los nutrientes básicos de su dieta alimentaria, y ello está reflejado en el «Códice Florentino» del siglo XVI, recogido por Fray Bernardino de Sahagún en su Historia General de las Cosas de la Nueva España, no vayan a pensar que es un invento de última hora de herborista de medio pelo para engatusarles. En la composición de la semilla de chía pueden encontrar omega 3, omega 6, antioxidantes, aminoácidos, fibra y, en general, cualquier cosa que pueda aparecer citada en un libro de dietas, pero a mansalva. Los indios, cuando tenían que hacer caminatas por el desierto de hasta catorce horas, tomaban una cucharada de semilla de chía, convenientemente preparada. Bien, pues la semilla de chía, que es a lo que voy, era fundamental en el viaje de los muertos aztecas al otro mundo, que lo dice el inquietante «Códice Boturini»:

«Cuentan los Viejos que dicen y saben, que los muertos pueden ir a lugares diferentes, según su muerte y según su rango. A Mictlán, el Infierno, donde están el Señor y la Señora del Inframundo, y donde hay nueve infiernos, ahí va cualquiera sin importar su edad, si muere de muerte natural, de enfermedad sencilla, sin honor y sin lucha, en muerte inútil. A estos muertos se les dan papeles e instrucciones para que vayan pasando los nueve infiernos, hasta llegar al río de las nueve corrientes, porque en estos infiernos hay muchos peligros. También se les bautiza con agua y se les da de beber, y una vara para que puedan caminar, y armas para que se puedan defender, y comida para que puedan comer, y mantas para que se cubran del frío, y joyas para que puedan vender, pero que de poco les servirían, porque el frío del Infierno todo lo rompe y rasga. Estos muertos no se mueren hasta después de cuatro años de muertos, y sólo desaparecen para siempre, si encuentran un perro con pelo bermejo, que los pase al otro lado del gran río de las nueve corrientes, después de haber pasado los otros nueve ríos de los nueve infiernos. Se les dice que no escojan al perro de pelo blanco, ni al perro de pelo negro, ni al perro de pelo moteado, sino al bermejo. Si logran pasar este río, por fin desaparecen para siempre, y dejan de sufrir los nueve infiernos para siempre...».

The Old Nashville





En la foto pueden apreciar el tren del cortejo fúnebre que paseó el cuerpo de Abraham Lincoln por varios estados de una nación afligida tras su asesinato. No me negarán que el tren es una preciosidad y que dan ganas de morirse si te prometen que te subirán a él. Pues ya no puede ser porque esos trenes dejaron de utilizarse hace muchísimos años, siento tener que abrirles los ojos a la realidad. Seguramente podrán buscar algún museo que recoja esta imponente maquinaria. Pero viajar por las vías con ella ya no, imposible. Créanme. Hoy se conmemora el 199 aniversario del nacimiento de Abraham Lincoln, si a ustedes no les va la cosa yanqui ni los ferrocarriles, y se empeñan en celebrar hoy mismo el 199 aniversario del nacimiento de alguien, que además sea famoso, sólo les queda Charles Darwin. Aclarado el misterio de la cabecera de hoy de Cambio Radical. Ea.

Amigos aventureros





Algunos me preguntan intrigados por qué me llamo Arkab. No es nada complicado, corresponde a las iniciales de mi nombre real -Anatoly Rasskazov- junto al del protagonista de una historia que me contó un viejo amigo de Alosno, uno de mis más queridos amigos, a la vuelta de un viaje de Rávena.

«La antorcha del Faro de Ancona se está alejando y no se distingue todavía el alba.

Soy Kab, el Aventurero, que he sido enviado a Occidente a estrechar lazos de amistad y riqueza. Eso dice el salvoconducto que me ha permitido cruzar los desiertos y los valles, los desfiladeros y los ríos. La verdad es que estoy aquí para intentar darle a mi pueblo un último suspiro de esperanza. Las aguas podridas de nuestros lagos han traído una enfermedad terrible: la ceguera. El Consejo de Ancianos me pidió que encontrara un remedio antes de que fuera demasiado tarde. Y aquí estoy, en la misión más difícil de las que he emprendido.

He llegado por barco hasta el puerto de Classe y los cascos de los navíos romanos abandonados dan un aire fantasmal al puerto que fue refugio militar del antiguo Emperador. Para llegar a la muralla de Rocaleone me introducen en una caja con una silla dentro, en sus laterales hay unas largas pértigas que unos servidores portan por un laberinto de pantalanes para sortear estas aguas cenagosas. Mi comitiva, con varios camellos y búfalos, está muy rezagada por el paso dificultoso de los animales sobre el barro.

La mole de piedra es tan alta como la Gran Muralla y en cada torreón hay una batería de bombardas. Los seis jinetes que han venido a recibirme hasta la entrada del foso, portan un palio con la cruz arriana bordada en oro y tachonada de piedras preciosas. (Me cuidé mucho, antes de desembarcar, de informarme por alguno de los seguidores de Arrio por qué no querían reconocer la divinidad de Cristo, no eran razones religiosas, como era de esperar).

El ayudante de cámara me acompañó hasta mis aposentos y pude mirar, desde la ventana cebrada de aljimez, el ocaso en el mar Adriático. Cerré los ojos y volví a pensar –como tantas veces en los últimos meses- cómo podría conseguir que los maestros del arte musivo fueran hasta el interior del desierto de Gobi a realizar el mismo cielo del mausoleo de Gala Placidia.

Sólo así mi pueblo podría quedarse ciego y tener la dicha de retener el espíritu del Arte».

‘Kab, The Adventurer’ de Johannes Hale Pensis (1632-1675)


The Goldfinch Carel Fabritivs (1654, año de su muerte)

Ernst Haeckel

Ernst Heinrich Philipp August Haeckel
(* 16. Februar 1834 in Potsdam; † 9. August 1919 in Jena)
war ein deutscher Zoologe und Philosoph.

Portraits

Lithographies

Kunstformen der Natur


El órgano fantasma

«Cuenta Montaigne que cuenta el piadoso Santiago de la Vorágine que en un pueblo de Alsacia vivía un hombre que tenía adherido a su cuerpo el cuerpo más pequeño de otro hombre, una especie de bebé descabezado que se clavaba a su huésped más grande a partir del cuello. Un médico peregrino se ofreció a extirpar la anomalía con ayuda de un cirujano local. Una vez concluida la operación, el paciente se mostró muy agradecido y contento. El médico peregrino no le cobró un céntimo y a cambio sólo le pidió que le dejara llevarse el cuerpecillo extirpado y convenientemente disecado para exhibirlo por doquier como prueba de su talento. Semanas después, el paciente empezó a dar señales de una terrible melancolía: decía seguir sintiendo la presencia de aquel cuerpecillo, como si aún lo llevara adherido a sus carnes y declaraba que su ausencia le hería el espíritu mucho más que otrora su presencia el cuerpo. Según algunos comentaristas, el hombre acabó vagando por la tierra como un alma en pena. Otros autores afirman que el paciente sencillamente murió de tristeza dos meses después de la cirugía. Respecto a la suerte del médico el veredicto de todos es unánime: pagó su vanidad con la muerte a manos de unos salteadores de caminos». Monstruos y fenómenos extraordinarios de la Edad Media, Patricio Ferrufino S.J.
Citado por Santiago Cárdenas