¡Vota por Melody, pero ya!



Con Vivancos o sin Vivancos, pero vótala YA. Tiene una cara un poco difícil de explicar, pero ¡VÓTALA YA! Ahora, un vídeo -o video, para ti también, hermano allendelmar- de promoción.




Desmontando el mito de Flipper




Es posible que usted haya oído hablar de la delfinoterapia, una técnica de curación basada en los poderes ocultos del sónar de los delfines que, supuestamente, al igual que si de una ecografía se tratase, le auscultarían, le diagnosticarían su enfermedad y le curarían la dolencia milagrosamente utilizando el ultrasonido. Pero aquí estoy yo para contarle que la eficacia de la delfinoterapia es equivalente a la de la acupuntura, a la de la homeopatía e, incluso, no lo dude, a los rezos del rosario en la basílica de San Pedro. Pues mire, no; la delfinoterapia es un bluf porque el sónar del delfín no funciona en cautividad con tanto rebote entre las paredes del vaso de la piscina, lo mismo que pasa con los espejos que se reflejan en espejos. Es decir, que el delfín ni le diagnostica, ni le cura; pasa de su enfermedad porque no se entera de nada y, probablemente, tras su aparente sonrisa fingida ─no tienen músculos faciales, por eso parece que se ríen, pero no, siento darle el día, no se ríen los delfines─ lo único que quiera el animalito es rozarse lascivamente intentando copular con usted o al menos masturbarse compulsivamente frotándose contra su pierna o su espalda, que de eso saben un huevo. En fin, que si usted quiere ir a una sesión de delfinoterapia, vaya; dese un buen baño y observe el culo prieto del adiestrador de delfines o los pezones enhiestos de la simpática adiestradora, según le apetezca, pero no pretenda que el delfín le cure nada. Claro que, bien pensado, peor sería la mofetoterapia. En Sevilla, a dieciséis de febrero de dos mil y nueve, cumpleaños de Ricou Browning.

Carta al Juez




Sr. Juez:

No culpen a nadie de mi muerte, ha sido un acto voluntario largamente meditado esta mañana mientras intentaba reparar la bicicleta de nuestro hijo. A él le pido disculpas por no haberlo conseguido, tendrá que llevarla al taller. Confío en que mi mujer ya no podrá pagar la enorme hipoteca que firmamos y doy por descontada su insolvencia para hacer frente a las deudas del ruinoso negocio que regentamos. Una última cosa: que nadie se extrañe por el paquete de gelatina en polvo que he dejado abierto sobre la encimera de la cocina, está ahí sólo porque no quería morirme sin probarla al menos una vez en la vida. Demasiado insípida la gelatina para mi gusto.

Atentamente,

H.

Hopetas




Pedazo de Hopetas que me ha hecho el Harry. Si es que lo tengo que de querer y de querer.

Las motos




─¿Qué lees? ─le digo.
─Un libro.
─Ya veo, ¿y qué libro es?
«El Zen y el Arte del Mantenimiento de la Motocicleta», de Robert M. Pirsig.
─¿Y te gusta?
─No lo sé.
─¿Y por qué no lo sabes?
─Porque no me entero de nada ─frunce el ceño.
─Verás, tienes que considerarlo como «una explicación de dos visiones del mundo diferentes, el pensamiento clásico-racional, de la ciencia y la tecnología, y el pensamiento romántico-abstracto, del arte y las pasiones, que hoy día se se nos muestran inconexas pero que Pirsig se empeña en unir empleando el término Calidad, al que considera indefinible».
─Pues vaya mierda ─parece enfadarse.
─No hombre, «es un divertimento inteligente que desmitifica a la tecnología como enemiga de la Humanidad».
─Pues sigo pensando que es una mierda de libro ─parece más enfadado.
─Léelo con atención, ya verás como te parece interesante. ¿Cómo te llamas?
─Rossi, Valentino Rossi.
─...
─Esto es una mierda. Y además no trae ilustraciones.

Las huellas


Un camello exhausto se ha desplomado en mitad de la calle, frente a casa. Como pesa demasiado para transportarlo hasta el matadero, dos hombres armados de hachas lo despedazan vivo ahí mismo. Los filos se hunden en la carne blanca, y la pobre bestia parece cada vez más triste, más aristocrática, más perpleja a medida que le cortan las patas. Por último sólo queda viva la cabeza, los ojos abiertos que miran en torno. Ni un grito de protesta, ni una convulsión. El animal se somete como una palmera. Pero durante muchos días el barro de la calle queda empapado en sangre, y nuestros pies descalzos dejan sus huellas en esa humedad.

Lawrence Durrell (Jalandhar, India, 27 de febrero de 1912 – Sommières, Francia, 8 de noviembre de 1990).


The Goldfinch Carel Fabritivs (1654, año de su muerte)

Ernst Haeckel

Ernst Heinrich Philipp August Haeckel
(* 16. Februar 1834 in Potsdam; † 9. August 1919 in Jena)
war ein deutscher Zoologe und Philosoph.

Portraits

Lithographies

Kunstformen der Natur


El órgano fantasma

«Cuenta Montaigne que cuenta el piadoso Santiago de la Vorágine que en un pueblo de Alsacia vivía un hombre que tenía adherido a su cuerpo el cuerpo más pequeño de otro hombre, una especie de bebé descabezado que se clavaba a su huésped más grande a partir del cuello. Un médico peregrino se ofreció a extirpar la anomalía con ayuda de un cirujano local. Una vez concluida la operación, el paciente se mostró muy agradecido y contento. El médico peregrino no le cobró un céntimo y a cambio sólo le pidió que le dejara llevarse el cuerpecillo extirpado y convenientemente disecado para exhibirlo por doquier como prueba de su talento. Semanas después, el paciente empezó a dar señales de una terrible melancolía: decía seguir sintiendo la presencia de aquel cuerpecillo, como si aún lo llevara adherido a sus carnes y declaraba que su ausencia le hería el espíritu mucho más que otrora su presencia el cuerpo. Según algunos comentaristas, el hombre acabó vagando por la tierra como un alma en pena. Otros autores afirman que el paciente sencillamente murió de tristeza dos meses después de la cirugía. Respecto a la suerte del médico el veredicto de todos es unánime: pagó su vanidad con la muerte a manos de unos salteadores de caminos». Monstruos y fenómenos extraordinarios de la Edad Media, Patricio Ferrufino S.J.
Citado por Santiago Cárdenas