-Los gatos de Estambul -explicó el Gaviero- son de una sabiduría absoluta. Controlan por completo la vida de la ciudad, pero lo hacen de manera tan prudente y sigilosa que los habitantes no se han percatado aún del fenómeno. Esto debe venir desde Constantinopla y el Imperio de Oriente. Voy a decirle por qué: yo he estudiado meticulosamente los itinerarios que siguen los gatos, partiendo del puerto, y siempre recorren, sin jamás cambiar de rumbo, los que fueron los límites del palacio imperial. Éstos no existen ya en forma evidente, porque los turcos han construido casas y abierto calles en lo que antes era el espacio sagrado de los ungidos por la Theotokos. Los gatos, sin embargo, conocen esos límites por instinto y cada noche los recorren entrando y saliendo de las construcciones levantadas por los infieles. Luego suben hasta el final del Cuerno de Oro y descansan un rato en las ruinas del palacio de las Blaquernas. Al amanecer regresan al puerto para tomar cuenta de los barcos que han llegado y verificar la partida de los que dejan los muelles. Ahora bien, lo inquietante es que si usted lleva un gato de otro país y lo suelta en el puerto de Estambul, esa misma noche el recién venido hace, sin vacilación, el recorrido ritual. Esto quiere decir que los gatos del mundo entero guardan en su prodigiosa memoria los planos de la augusta capital de Comnenos y Paleólogos. Esto no he querido confiárselo a nadie porque la imbecilidad de la gente es inconmensurable y hay secretos que no merecen que les sean dichos. Pero mi familiaridad con los gatos de Estambul va más allá. Siempre que llego allí, me están esperando algunos viejos amigos de la familia felina y desde el instante en que piso tierra, hasta cuando subo la escalerilla para partir, me siguen a todas partes. Dos de ellos responden a nombres que les he dado, son Orifiel y Miruz. Sería largo contarle los rincones que estos dos amigos me han revelado, pero puedo decirle que cada uno está íntimamente relacionado con la historia de Bizancio. Le puedo enumerar algunos: el sitio donde fue torturado Andrónico Comneno; el lugar donde cayó muerto el último emperador, Constantino IX Paleólogo, la casa donde Zoé, la emperatriz, era poseída por un sajón al que le había mandado sacar los ojos; el lugar donde los monjes de la Santísima Trinidad definieron la doctrina que no se nombra y se cortaron la lengua unos a otros para no revelar el secreto; el lugar en donde pasó una noche de penitencia Constantino el Coprónimo por haber abrigado deseos impuros del cuerpo de su madre; el sitio donde los mercenarios germanos hacían el juramento secreto que los ligaba a sus dioses; el lugar donde amarró el primer trirreme veneciano que trajo la peste álgica; así podría enumerarle muchos otros refugios del alma secreta de la ciudad, que me fueron revelados por mis dos compañeros felinos.
«Razón verídica de los encuentros y complicidades de Maqroll el Gaviero con el pintor Alejandro Obregón» (del libro de Álvaro Mutis «Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero»). Editorial Alfaguara. ISBN 84-204-4288-7
7 Revelaciones:
Doy fe de que mi gato, que nunca jamás ha estado en Estambul, se acuerda. Esta misma noche me lo ha contado.
Oiga, muy interesante esta historia, no quiero imaginar lo que deben de saber las ratas.
La tradición del guía-caparra turístico debe ser más antigua de lo que pensamos
Oiga arkab, que al merluzo no le ha puesto la etiqueta de "animales como Dios manda".
Pero que requetemala es la envidia...
Cuando me pregunte si en mi casa o en la suya, va a tener que ser en la suya. O eso, o tendré que encerrar bien al gato.
Huy qué texto más bonito.
Oigan, escúchenme: la gripe es una cosa muy mala. Poco a poco ya voy saliendo, ojo, pero la gripe es muy mala. Tomen precauciones.
Pero bien, aunque griposo, hoy es el día de celebración de la grande y no he querido dejar pasar la oportunidad.
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